| Santuria - el origen de la maldición
En los reinos de la realeza cristiana, en una época de esplendor y fe inquebrantable, vivía un noble cuyo nombre resonaba con poder y virtud: Raziel de Santuria. Su linaje noble estaba imbuido de una profunda devoción a San Benito, y su influencia en la corte era tan imponente como su convicción religiosa. Raziel era un hombre de principios arraigados y un devoto inquebrantable de la fe cristiana.
En un giro del destino que lo llevaría por senderos inesperados, Raziel recibió una invitación a un opulento baile de máscaras. Intrigado por la idea de una velada misteriosa y enigmática, aceptó con una mezcla de curiosidad y emoción latente. El evento se celebró en una majestuosa mansión iluminada por velas temblorosas y envuelta en una atmósfera de misterio. Mientras vagaba por entre la multitud en su disfraz, sus ojos se posaron en una figura que parecía haber surgido de un sueño: una dama de cabello blanco como la nieve, llamada Sep. Su belleza trascendía los límites de lo mundano y sus ojos guardaban secretos profundos.
La mirada de Raziel y Sep se encontraron en un momento etéreo, y aunque sus rostros estaban ocultos tras las máscaras, parecía que sus almas se habían conectado en un nivel más profundo. A medida que los días se transformaban en noches y las noches en días, Raziel y Sep compartían conversaciones secretas y miradas que traspasaban las máscaras. La sabiduría y la gracia de Sep lo sedujeron, y con el tiempo ella tejía un vínculo sutil pero inquebrantable en el corazón de Raziel.
Sep se ganó su confianza a través de charlas íntimas y encuentros furtivos, revelando conocimientos enigmáticos que parecían desentrañar los misterios del mundo. Ella vislumbró en Raziel la potencia necesaria para unir dos mundos en apariencia opuestos: la nobleza y la oscuridad de la línea de sangre Ventrue Bellemort. Su influencia en la realeza y su voluntad de explorar lo desconocido lo convertían en el candidato perfecto para sus oscuros propósitos.
En una noche en la que las estrellas parecían alinearse con el destino, en un instante de descuido, Sep abrazó a Raziel y le susurró al oído: "Te gustará la oscuridad". Raziel sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral mientras las palabras resonaban en su mente. Sin embargo antes de que pudiera reaccionar, el poder sobrenatural de Sep impidió que se liberara a tiempo. La maldición de la inmortalidad y la sed de sangre se apoderaron de él, transformándolo en un vampiro en contra de su voluntad.
Con el tiempo, Sep se convirtió en la mentora oscura de Raziel, guiándolo por los caminos de la existencia vampírica. Su humanidad comenzó a desvanecerse lentamente, y en medio de la oscuridad y la inmortalidad, Raziel fundó su propia casa vampírica, la cual bautizó como Santuria. En el escudo de la casa, la cruz de Benito ocupaba un lugar prominente, un recordatorio constante de su antigua fe y su búsqueda incansable de redención.
Dentro de los muros de Santuria, la lujuria y el deseo de sangre coexistían en una danza peligrosa y prohibida. La casa se convirtió en uno de los pilares más importantes dentro de la línea de sangre Ventrue Bellemort, y su influencia se extendió tanto en la realeza como en los reinos de la oscuridad. Raziel, atrapado entre su antigua devoción y su nueva naturaleza vampírica, buscaba un equilibrio que le permitiera reconciliar su pasado con su presente.
La cruz de Benito se convirtió en el último vestigio de su fe pasada, un recordatorio constante de su búsqueda de perdón y redención. Aunque sabía que la sangre y la lujuria carnal jamás serían perdonadas por Dios, Raziel continuó extendiendo su poder en las sombras, navegando entre los reinos de la oscuridad y la realeza. Su vida se convirtió en un equilibrio inestable, donde la búsqueda de poder y la búsqueda de perdón se entrelazaban en una danza mortal.
A medida que los años pasaban, Raziel exploraba las profundidades de la inmortalidad mientras gobernaba sobre su casa vampírica con mano firme. A pesar de sus oscuros propósitos y su influencia sobre la lujuria y el deseo, seguía aferrándose al recuerdo de su antigua fe, sabiendo que la cruz de Benito solo podía ofrecerle una pizca de redención en un mundo en el que la sangre y la lujuria se mezclaban en la eternidad. Y así, en las sombras y el poder, Raziel de Santuria continuaba su camino, buscando un perdón que sabía que nunca llegaría.
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